Dios está presente en el proceso de cada uno.

 

Mi historia de cómo llegué a la Jornada Mundial de la Juventud, cómo lo considero como evento culmen, pero al mismo tiempo el inicio de un nuevo capítulo.

Parte 1.

Han pasado meses desde que se llevó a cabo la Jornada Mundial de la Juventud, en Lisboa, Portugal. Y en todos estos meses, aunque ha sido muy providencial el aterrizar todas las vivencias día con día, también ha sido un momento único para poder aterrizar todo el camino que he recorrido hasta este momento.

Hoy, con gratitud a nuestro Creador por tanta bendición en estos últimos 7 años, y con la esperanza de que mi historia pueda ser un ejemplo e inspiración para muchos otros jóvenes que quizás se encuentren en situaciones similares a las que yo pasé, que estoy pasando o que pueden pasar en un futuro, abro mi corazón por primera vez contando esta aventura de la cuál Dios ha sido mi guía desde siempre, pero especialmente desde hace 6-7 años ha marcado para siempre mi vida.

Si yo le dijera a mi yo de 11-13 años todo lo que pasaría desde los 15 años hasta ahora, estoy seguro de que se asustaría. Imaginemos decirle a nuestro yo del pasado, que tendría la fortuna de asistir a una Jornada Mundial de la Juventud o que pasaría por una serie de eventos que lo harían llegar a un estado de plenitud y alegría indescriptibles, luego de momentos complicados… San Pedro, San Juan, San Pablo no se imaginaban en sus momentos difíciles, cómo sus acciones llegarían a contribuir a la Iglesia de maneras que su humanidad no comprendería. Ni los mismos beatos y santos de nuestros tiempos, como mi close friend del cielo, Carlo Acutis, se imaginaban el alcance de su ejemplo y testimonio para la Iglesia Universal.

Diría la chaviza. ¿Cuál es el contexto en el cuál llegaste hasta este momento? Puedo resumirlo en cuatro palabras: verdad, servicio, amor y autenticidad.

“Verdad”

Nací en el seno de una familia católica, practicante en lo mínimo requerido, pero con un corazón desbordante de amor y servicio, ejemplo que es plasmado en mi ser y en mi actuar. Vivo en un pueblo muy tradicional y conservador, el típico pequeño pueblo mexicano católico y pacífico. Desde que tengo memoria he sido muy sensible a las cosas de Dios, y de alguna manera siento que he vivido en una burbuja en la cual, en las obras misteriosas de Dios, mi fe se ha mantenido intacta a pesar de las adversidades y el mundo al cual estoy expuesto.

Pero al mismo tiempo, desde niño siempre he sido (y soy) consciente que soy un chico extraordinario y diferente a los demás. Y ahí algo no cuadraba, o por lo menos de niño no comprendía del todo por qué era “diferente a lo que tradicionalmente es”. Quizás era la educación en casa, quizás era cómo la vida se me iba presentando, pero comprendo ahora que en parte si es tu entorno, pero todo ello entrelazado entre el plan perfecto que Dios nos tiene escritos a cada uno de nosotros, aunque en su momento no lo comprendes del todo. Quizás el amor de Dios, el amor de mi familia y de mis verdaderos amigos, cobijan aquellas inseguridades. Quizás eso me ha fortalecido ante el acoso y muchas otras situaciones difíciles a lo largo de mi corta vida. También agréguenle, a que mi mamá por buscar una buena educación para su monito (porque soy el menor de 3 hijos), tuvo que estar cambiando de escuelas recurrentemente entre mi pueblo de donde soy oriundo y mi ciudad

Hoy el mundo nos presenta tantas cosas “buenas” pero que, en vez de edificar, destruyen hasta lo más profundo la integridad del ser humano. Dígase de las drogas, el alcohol, la pornografía y el libertinaje sexual, constantes que se presentan en la juventud de nuestros días, y a los cuales he sido expuesto en múltiples ocasiones (y más cuando procuras tener una relación cercana con Dios). Tristemente, en esas malas maneras, descubrí lo que a mis 11-13 años consideraba una aberración y sentía culpa a más no poder: mi bisexualidad.

Era frustrante a esa edad darte cuenta de todo ello, sobre todo por el discurso condenatorio hacia las personas de la comunidad lésbico-gay que en ese momento había en el pueblo (y que todavía existe). Era un miedo muy grande, sobre el qué dirán, el miedo a ser juzgado, el miedo a no ser aceptado por tu familia, pero sobre todo el pensamiento de que Dios no te quería como eras. Cuando tu fe y tu humanidad chocan, es una vorágine, un caos total, más si tu fe no es sólida o no estás formado correctamente. Pero es curioso, que a pesar de ser el miembro de la familia más formado en ese momento (puesto que tuve la fortuna de asistir a catecismo escolarizado), cómo había llegado a esas conclusiones, con temor a indagar más…

Era muy duro conmigo mismo, repitiéndome a mí mismo que ya no había alternativa, que ya estaba “condenado”. Había veces en las que no quería seguir aquí, e inclusive pensar o coquetear con la idea del suicidio. Pero en esa época y oscuridad, había una parte en mí que seguía de pie, que seguía vivo. Ahora comprendo que era el mismo Dios quien esparcía la luz en aquella cámara oscura de un chico de 11-13 años. De los 13 a los 14 años, me preparé para la Confirmación, y recibí el Sacramento con alegría y esperanza, con el firme propósito de cambiar la oscuridad por la luz, muy chico fue mi conversión (y doy gracias a Dios por ello porque fue una bendición). Deben saber que cuando empiezas una conversión de ese tipo, es un camino difícil, pero que vale la pena. Diría Carlo: “La conversión es más que mover la mirada de abajo hacia arriba, un simple movimiento de ojos es suficiente”. Y aún en ese proceso hubo caídas, pero la duda más grande y que más me causaba conflicto era: ¿realmente Dios me acepta y me ama tal cómo soy? Esa era una pregunta que me taladraba y que me desmotivaba a seguir adelante.

Llega el 2017, tengo 15 años. En mi pueblo normalmente organizan en Semana Santa las famosas Pascuas. Recuerdo que a los 12 años tenía la inquietud de participar en una, pero por cuestiones logísticas no pude participar de. En este momento de mi vida, era tanta la herida en el corazón con esa pregunta que causaba conflicto, que en un momento pensé en dejar mi proceso de conversión. Pero escuchando que iban a organizar la Pascua Adolescente de ese año, algo en mi interior dijo “ve”. Y cómo años atrás no pude, entonces decidí participar, para cumplir ese anhelo de mi yo de 12 años. Pero sobre todo en mi mente, motivada por las grandes heridas que tenía hasta ese momento, estaba la idea de: “solamente para ver qué onda, si salgo igual tiro la toalla en mi proceso de conversión y dejo de practicar la religión católica”. Qué bueno que no pasó eso.

Entro a la Pascua de Adolescentes. Y durante los primeros días fue escuchar el tema y convivir con todos los que estaban ahí. Recuerdo perfectamente que ahí me reencontré con viejas amistades y nos la estábamos pasando muy padre, casi que era más socializar que llenarte de Dios. Pero en cuanto entras a los días fuertes de la Semana Santa la dinámica cambia. Llega el Jueves Santo, obviamente me confieso mientras escuchábamos los testimonios y los temas preparados para aquella ocasión. Y llega el momento culmen del día, la Eucaristía y la Hora Santa. En esta última es cuando teniendo cara a cara al Señor, le suelto todo: “¿realmente me amas a pesar de mi orientación sexual?”, “¿por qué estamos condenados?”, “no me merezco ser digno de tu amor, no me siento como todos los que están aquí o las señoras que están de lleno en la Iglesia”, “¿qué piensas acerca de todo lo que acontece en el ámbito LGBTQ+?”, “yo no sé cómo voy a salir de aquí, pero tú tienes la última palabra”, “¿por qué no soy digno de tu amor, pero los que andan diciendo que estamos condenados sí lo son?”… Tantas preguntas que en el silencio y con un corazón tan herido le cuestionaba a Dios, tanto enojo y rabia que tenía guardado por mucho tiempo de oscuridad. Y cuando parecía que no iba a haber respuesta alguna, siento cómo Dios me dice: “¿Y quién dijo que mi Amor es solo para un grupo selecto? ¿Acaso no estás viendo el derramamiento de Amor que hay a tu alrededor, y que está empapándote a ti también? Yo te amo tal y cómo eres. Y así, como el barro frágil que sos, te llamo a mi servicio.” Me quedé frío. “Tú confía en Mí, pronto encontrarás las respuestas que tanto buscas”. Y desde ese entonces todo cambió para siempre. Mi corazón se sintió tranquilo, de esa experiencia salí alegre y motivado a servir al Señor, porque había conocido la verdad de primera mano, en una experiencia personal con Dios. Verdad que aplica para todos, sin excepciones, aunque nos incomode en nuestro papel de jueces (típico en mi pueblo), porque solo Dios es el único que puede juzgarnos. Él será el que al final nos va a juzgar en base al Amor que nosotros dimos aquí en la tierra.

“Servicio”

Habiendo aceptado el llamado, empecé a servir a mi Señor. Poco después me integré a la Pastoral de Adolescentes de mi Parroquia, y desde entonces he entregado mi vida por la comunidad. Poco a poco fui formando y fortaleciendo mi fe, aprendiendo sobre muchos aspectos que en ese momento Dios sabía que necesitaría y de los cuáles era un completo ignorante. Poco a poco, aún y con los tropiezos de volver una que otra vez a la oscuridad, siempre tuve en mente la perseverancia, a pesar de los chismes y actitudes que des animaban, el fuego del servicio no parecía apagarse ante tantas tribulaciones en esos primeros meses. Eso no impidió que la comunidad de adolescentes conociera a un muchacho carismático, creativo… lo cual hizo que muchas personas de ahí le confiaran muchas actividades, servicios o cosas, todo con la finalidad de acercar más y más a la juventud del pueblo a Dios. No sólo creo que Dios acercó a muchos adolescentes a través de mi servicio, mi testimonio, mi vida, también acercaron a mi familia. Decía al principio que soy de una familia católica, practicante en lo mínimo requerido, y mis papás al ver este proceso, Dios también los llama, primero a mi mamá y después le sigue los pasos mi papá. No hemos hablado mucho de este tema, pero lo poco que han platicado también tuvieron una experiencia de conversión muy fuerte, lo cual agradecen y también le agradecen a su “bebé” por haber llegado a sus vidas, y por tomar ese “sí” al Señor.

Durante estos dos años me desempeñé como coordinador de redes sociales y publicidad, así como jefe en logística y organización de algunos eventos que la Pastoral organizaba en mis últimos meses. Dos años pasaron rápido, estamos hablando de 2017 a 2019, y llegó el tiempo dado en el que uno tenía que pasar de página, a la siguiente etapa, la juventud. Ciertamente, el cambio no fue fácil, es mucho la estima y el amor que les tengo a ese grupo de edad, no por algo de vez en cuando los sigo ayudando y apoyando en mis posibilidades) pero Dios tenía otros planes para mí. La juventud me recibiría con tres cosas: ser llamado al bonito servicio de la Catequesis Infantil (en la cual sigo desde entonces), integrarme a la Pastoral Juvenil (con justa razón después de entregarme 2 años a los adolescentes), e integrarme al grupo de Liturgia. La primera era una inquietud desde niño, porque yo estaba en catecismo y yo pensaba “algún día voy a estar del otro lado, impartiendo la Doctrina” y heme aquí. La segunda, la vida misma te va empujando a donde tienes que estar. Y la última, siempre he sentido ese llamado a proclamar la Palabra de Dios y de alguna manera todos veían ese don en mí, de proclamar… porque déjenme decirles que no es sólo leer, eres instrumento de Dios para transmitir su mensaje a los demás, aunque fue de manera inesperada. Una señora me empezó a invitar a leer en exequias, bodas, XV años y después un buen domingo me “soltó” para ya empezar de lleno como servidor en la Pastoral Litúrgica como lector. Obviamente no dejé de formarme en la Doctrina, sino también en aspectos que la juventud puede malinterpretar o tomar lo que necesita, y a veces también como reconfigurar o reaprender conceptos que quizás en la etapa anterior estaban confusos o lo habían enseñado de una forma radical y no sana. Todo iba bien, inclusive mis hermanas que no frecuentan mucho ir a misa por sus situaciones particulares de vida poco a poco también empezaron a convertirse poco a poco, como mi mamá, mi papá y yo lo habíamos hecho, sin duda me siento bendecido por todo lo que ha implicado el servirle a Dios. Todo iba bien, pero yo no sabía que el servicio que prestaba a mi parroquia discretamente me iba fortaleciendo en todas las áreas de mi vida, pero en eso, llega el 2020, un año que al principio parecía indicar que todo estaría bien, que seguiría su curso normal, pero como todos sabemos, el Coronavirus llegó.

Recuerdo en ese tiempo, que aún y con mis crisis afectivas y de ansiedad, aún daba (y doy) todo de mí por los grupos, porque sabía que en el fondo estaba esa encomienda de Dios de transmitir su amor y su mensaje. Recuerdo también que daba (y doy) todo por mis amistades de ese entonces. Recuerdo que estábamos grabando los promocionales para las Pascuas de ese año, y de repente el Coronavirus, el miedo, el temor nos encerró a todos. Pero había un mensaje de esperanza, que el Sr. Cura de ese entonces nos dijo “nos volveremos a ver”. En mi familia si respetamos la cuarentena, si nos encerramos mucho tiempo y nos desinfectábamos cada vez, tenemos 2 doctores en casa (papá y hermana mayor), no podíamos tomarnos esto a la ligera como el resto del pueblo lo hizo en su momento. Pero Dios por algo me tenía en donde estaba en ese entonces. Pasaban los días, y sentía cómo ese fuego que por los últimos 3 años se apagaba, porque literalmente se canceló todo. Primeramente, a mi mamá, papá y a mi nos invitaron a proclamar la Palabra en las misas que se transmitían, de ir literalmente al templo y participar de la Eucaristía, de alguna manera eso avivó la llama de nuevo y nos llenaba de esperanza, obviamente con medidas de seguridad y desinfectándonos. Y segundo hubo un campamento para jóvenes y adolescentes que se organizó al aire libre y checando que no hubiera contagiados en aquel momento particular, el cuál yo serví. Era un regalo, porque al parecer cuando todo iba en contra, al final todo se acomodó para que fuera, con la condición de realizar la cuarentena en mi cuarto después de regresar. Me sentí dichoso, me sentí pleno en esos días, el hecho de volver a ver a tus compañeros después de meses de encierro era una cosa que en su momento yo la sentí bonita. Pero toda esa alegría y ese fortalecimiento en el Señor me ayudaría para enfrentar una crisis familiar difícil, suscitada por el Covid. A los pocos días de haber regresado del campamento, mi papá se contagió, conforme el pasar de los días iba empeorando la situación y tuvieron que trasladarlo al hospital de la ciudad. Mi hermana tuvo que mover cielo y tierra para que pudiera tener una atención integral y de la mejor calidad, porque estaba entre la vida y la muerte. Mamá fue con él y mi hermana, a los pocos días nos enteramos de que las dos se contagiaron y que se tenían que quedar allá, dejándonos a mi otra hermana, a mi abuela y a mí en el pueblo. Fueron días de mucha angustia, pero yo sabía que Dios en su infinita bondad permitía esto por algo, y sabía que íbamos a salir adelante todos, y así fue. Fue un mes difícil aquel julio de 2020. Como a los 20 días todos se recuperaron y volvieron a casa, y comentamos el tema en casa. Yo les dije que, si me dolía mucho ver eso, pero sabía que Dios los iba a sanar. Mamá dijo que fue al Santísimo cerca de la casa de la ciudad y vio una hoja con un versículo de un Salmo que daba a entender que “Todo estaría bien”. Y pues después de llorar y desahogar todo eso, dimos gracias a Dios por tanto cuidado y amor en esos momentos difíciles. Este evento fue un parteaguas, porque desde entonces sé que Dios nos cuida, nos protege y provee lo necesario, no cabe duda de que así fue y así ha sido siempre.

Regresando mis papás, nos reintegramos al servicio de la Parroquia, pero nos enteramos de que iba a empezar el cambio de sacerdotes en la Diócesis justo en ese momento, y los sacerdotes que estaban ya estaban partiendo, esto fue en agosto-septiembre de 2020. Cuando nos reintegramos al servicio, uno de los nuevos sacerdotes, a quien considero como amigo muy cercano, me invitó a ser el secretario de la Pastoral Litúrgica a lo cual acepté, el tiempo me daría a entender después por qué Dios me llamó a ello. Y poco a poco volvimos a la dinámica y sinergia parroquial, aunque al mismo tiempo el Enemigo se encargaría de seducir con viejos y nuevos trucos a raíz de las heridas que dejó una experiencia fuerte como la que se mencionaba en el párrafo anterior, en este caso con el alcohol. Si bien sabemos que el alcohol es bueno sin llegar al exceso, pareciese que en el pueblo si no llegas al exceso no tomas bien o eres el hazmerreír de la juventud, y pues a la primera vez que le juego, la primera vez que acontece una mala experiencia, que afortunadamente no pasó a mayores ni ahondo mucho en ello, certero de que Dios hizo algo en ese momento, puesto que Él quería que siguiera aquí. Fue un momento idóneo para reflexionar entre mi espiritualidad, mi fe y mi humanidad, fue un momento también para sincerarme con mis papás y familia nuclear sobre lo que me había acontecido en todos estos años, y también sobre quién era yo realmente. Hablar de sexualidad con tus padres después de que fuiste su ancla de conversión es difícil, recordaba aquellos momentos en los que pensaba que no me iban a aceptar por quién era, qué preferencias tenía… y contra todo pronóstico, me aceptaron tal cuál soy. Ese momento sanó también muchas cosas de mi infancia, y al mismo tiempo sentí el amor de Dios que necesitaba mi corazón herido. Al poco tiempo de este evento, mi grupo juvenil junto con otros grupos organizaron un retiro para jóvenes, y me invitaron a servirlo. Pero con tantas cosas que habían pasado en el último año, pero sobre todo en los últimos meses, decidí que era tiempo de mejor vivirlo, estar atento a lo que el Señor me tenía que decir en ese momento. Durante esos 3 años serví con intensidad y amor, pero era tiempo ya de vivir una experiencia nueva, sin imaginar que cambiaría para siempre todo, y descubriría la vocación y el motor de mi vida.

Continuará…

Omar Hermosillo