“La mujer de la esperanza”.

Seguro que más de una vez, en alguna circunstancia difícil de la vida como el desempleo, la enfermedad, dificultades en el estudio o el trabajo, dificultades económicas, o cualquier tipo de situación donde parece que nada sale bien, ha llegado a tus oídos esta frase tan cliché de “no pierdas la esperanza” o “la esperanza muere al último”.

Y es verdad que la esperanza es un valor que parece que solo es real en los cuentos de hadas o en las películas taquilleras, donde finalmente y como por arte de magia, las cosas se resuelven y todo termina en un “felices para siempre”, pero; ¿De verdad hemos reflexionado en qué significa vivir esta esperanza? ¿Es que en la realidad eso es posible?...

La palabra nace del verbo “esperar”, pero es una realidad que no todos los que esperamos algo lo hacemos con esperanza, porque podríamos estar simplemente aguantando o resistiendo la situación, con desesperación, angustia, quejas, y esto nos llevará a que, en algún momento, se agoten nuestras fuerzas interiores.

Tener esperanza significa caminar con alegría, con ilusión de que algo mejor está por venir, algo que sin duda necesita fe, perseverancia y paciencia, es aquí donde la Madre de Dios, la Virgen María, nos enseña a vivir en clave de esperanza.

Desde el momento de la anunciación, el ángel dice a María "¡Bendita eres entre todas las mujeres... dichosa por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor!" (Lucas 1, 45). Así, de ahora en adelante, María será la mujer que espera las promesas del Señor, sin conocer que vendría o cómo sería su vida al ser la Madre de Dios, ella mantuvo la esperanza hasta los pies de la Cruz.

¿Qué fue lo que hizo que María, se mantuviera con una esperanza firme? Para contestar esta pregunta, deberíamos de destacar al menos tres cosas importantes:

Decisión: no podemos mantener la esperanza sobre algo que no hemos decidido con firmeza y convicción, así como María: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lc 1, 38), debemos de tener un motivo claro para esperar, en la vida cristiana, nuestro mejor motivo sin duda es la eternidad.

Preparación: “Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 16-21), una mujer que cultivaba su vida interior, sin perderse en las distracciones superficiales, María nos enseña que tener esperanza no significa ser pasivos, ni esperar con letargo, sino más bien aprovechar el presente para prepararnos para lo que viviremos.

Fe: con la misma certeza con la que sabía que Jesús podía hacer milagros en las bodas de Canaán, “Haced lo que él os diga” … María creyó firmemente en la voluntad de Dios, en su Palabra y en su proyecto.

Por eso, la próxima vez que sientas que no hay esperanza, solo mira a María y pídele que mantenga el ritmo de tu espera.

Ana Paula Noriega.