Hace unos días estaba orando, cuando tuve la idea de escribir sobre la misericordia, bueno no fue idea mía, Dios en la oración me inspiró para plasmar aquí este pensamiento.
Para empezar, es importante definir qué es misericordia, una definición sencilla nada elevada.
En el diccionario me encontré con que la "misericordia" es la disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas. Se manifiesta en amabilidad, asistencia al necesitado y especialmente en el perdón y la reconciliación".
Resalto estas dos últimas porque allí quiero centrar mi reflexión, especialmente en este tiempo litúrgico en la iglesia, la cuaresma, se hace énfasis y se nos recuerda la penitencia, el ayuno y la conversión. Pero creo que no hay conversión sin misericordia, y no es posible ser misericordiosos sin haberla experimentado antes en la propia vida, ¿no creen?
Hay muchas situaciones en la vida por las cuales podemos experimentar el perdón y la reconciliación, sin embargo, hay un medio por excelencia que es la fuente inagotable de la misericordia; el sacramento de la confesión. Hay tantos mitos al respecto, es tan incomprendido, tan juzgado por muchos y tan poco valorado por nosotros.
Dios en su infinita sabiduría, sabe que los seres humanos necesitamos medios para llegar a él, que solos no podemos, por su parte él sí puede llegar directamente a nosotros. En este orden de ideas, el sacramento de la confesión nos ha sido dado como un medio para alcanzar la gracia de reconciliarnos con él después de haber fallado. Este medio ha sido dado a través de los ministros; los sacerdotes.
A lo largo de mi vida, he escuchado continuamente la frase “yo no le voy a contar mis pecados a un hombre más pecador que yo”, y bueno, mentiría si dijera que estos hombres son santos, pero haré una analogía para entenderlo mejor. Imaginemos que vamos por el desierto, y después de largas horas caminando encontramos un pozo, y allí hay un recipiente con el cual se extrae el agua limpia y potable, pero ese balde o recipiente está sucio. Ahora pregunto ¿vas a dejar de beber el agua limpia por mirar la suciedad del único medio que tienes para obtener esa agua que te va a quitar la sed?
La vida espiritual es eso, a veces es un jardín, pero en otras ocasiones es un desierto árido, necesitamos de esos medios que Dios ha proporcionado para sobrevivir en los diferentes tramos del camino. La eficacia de un sacramento no depende de la santidad de sus ministros, la gracia de Dios no pierde nunca su efectividad.
Por otro lado, a muchos creyentes nos cuesta comprender la importancia de reconciliarnos, con nosotros mismos, con otros y con Dios. Lo opuesto a la reconciliación viene siendo ruptura, división o separación, dicho esto, la importancia de la reconciliación se basa en no estar divididos o en guerra, ni con nosotros mismos, ni con otros, ni con Dios.
Sí existe esa ruptura o división entre los seres humanos el desenlace siempre va a ser el conflicto en diferentes áreas de la vida, emocional, física y psicológica, y como resultado del conflicto se termina desatando una guerra, para corroborar esto que acabo de decir basta con remitirnos a los libros de historia, donde se nos narra las causas que han desatado las guerras en el todo el mundo.
Hace algunos días escuché un episodio del podcast "piedras vivas”; el cual recomiendo. Donde hablaban sobre dos tipos de personas, por un lado, están quienes creen que se encuentran muy lejos del amor de Dios por sus múltiples faltas y por el otro, están quienes se creen perfectos y no lo buscan. A los primeros los caracteriza la frase: "Usted que está más cerquita de Dios, ore por mí". Y a los segundos los caracteriza la frase "yo soy bueno, no robo, no mato y no le hago mal a nadie". Estas dos posturas nos alejan de la MISERICORDIA, y de la reconciliación.
Volvamos al cuestionamiento, ¿cuál es el propósito de confesarse? En mi reflexión personal hice la siguiente secuencia que me ayudó entender:
Reconocer mis fallas, es reconocer mi miseria.
Confesar mi miseria, es ser consciente de mis debilidades.
Conocer mis debilidades, ayuda a fortalecer la humildad.
La humildad es la puerta abierta hacia la reconciliación.
Todo es un camino de preparación hasta llegar a la humildad, que es la llave para ganar el corazón de Dios.
Entonces, reconciliarme con Dios significa entender conscientemente que mis actos me han llevado por caminos peligrosos por los cuales me he lastimado y he lastimado a otros. Debemos tener claro que el pecado no lastima a Dios directamente, el pecado me lastima a mí y, en consecuencia, Dios como padre sufre por su hijo, es decir, él sufre cuando tú y yo salimos lastimados o heridos.
La confesión entonces nos lleva al encuentro personal con la misericordia de Dios y permite experimentar el perdón en el nivel más puro y consecuente del amor.
Te comparto a continuación 4 cosas muy importantes:
Primero:
Tres pasos que se deben recorrer para la reconciliación, no solo con Dios, sino también con nuestros hermanos.
Arrepentirse de corazón (darse cuenta del error, de la equivocación)
Pedir perdón (expresar verbalmente el reconocimiento del error y el arrepentimiento)
Reparación (enmendar el daño provocado)
Segundo: Un material complementario explicativo y pedagógico, sobre el sacramento de la confesión: https://youtu.be/8Ywj3Uaoiic?si=FYCVePcgjbc-mCL8
Tercero: una guía de examen de conciencia para profundizar en nuestra vida y prepararnos adecuadamente para este encuentro con la misericordia:
Y finalmente te comparto 5 testimonios de nuestros hermanos de Hagamos Comunidad, incluyendo el mío, donde nos hemos encontrado cara a cara con el amor de Dios a través del sacramento de la confesión.
Jessica Tapia, 30 años.
“Dure casi 10 años de no reconciliarme con el Señor porque me había alejado de mi fe. Vivía con culpa, avergonzada y me sentía indigna de amor Ya que regresé a mi fe estos últimos meses, la primera vez que me reconcilié...me sentí nueva. Solté un llanto incontrolable, le entregué todo a Dios: mi llanto junto con el dolor y todo lo que cargaba. Papá Dios me recuerda que, aunque lo ofenda, él es tan bueno que me perdona cada vez y que aún soy digna de su amor misericordioso”.
Zaira, 31 años.
“En una ocasión pequé y me sentía muy culpable y avergonzada con Dios, me autocastigue bajo la siguiente orden "ahora para que se me quite no me voy a confesar, para sentir aún más lo horrible que es estar sin la gracia de Dios” así que solo iré a hacer cita para confesarme después. Luego fui con el padre para pedirle cita y me dice: “no, de una vez te confieso”, yo le dije que si estaba cansado o tenía otras cosas que hacer no había problema y me dijo “no para nada, vente de una vez te confieso”. Me confesé y me fui a hacer mi acto de penitencia llorando a moco abierto, había en mí la certeza de que Dios me ama y no quiere mi condena sino mi salvación, me sentía profundamente amada. Desde entonces me levanto a la primera sabiendo que mi papá Dios me ama con locura y es el más interesado en que su gracia me llene”.
Alma Aldana, 29 años.
“27 años de mi vida los viví en automático, no disfrutaba lo que hacía, estaba cegada en muchos aspectos por la falta de fe y esperanza. Tenía más de 13 años sin confesarme y alejada de la iglesia. Mi fe era prácticamente nula, vivía en pecado constante, con angustia, depresión y ansiedad. Permitía que el pecado llegará a mí de manera constante y de muchas formas dañándome a mí misma y lastimando a Dios.
Sobrevivía en automático por problemas familiares que involucran diversos tipos de violencia y traumas. He escuchado la historia de Job y me he sentido identificada con la parte de las pruebas de fe que tuvo en cierto nivel. Los tiempos de Dios son perfectos y Dios sabía que antes no iba a poder comprender lo que ahora puedo entender, haciendo introspectiva de muchas experiencias que tuve, él sabía que aún no era tiempo y a veces pienso que fue necesario pasar las cosas que pasé para no querer volver a ello y aprender algo valioso como el amor propio, límites y la valía, todo fue parte de pruebas para construir lo que ahora soy. En cada paso él estuvo ahí para sostenerme, pero no me daba cuenta, cuando por fin decidí confesarme en el 2022, el sacerdote me dijo: “Nunca es tarde para acercarse a Dios y siempre eres bienvenida, la misericordia de Dios es infinita y él estará feliz de que te acerques de nuevo él”. No pude contener mis lágrimas porque en ese momento sentí como recibía la misericordia, la aceptación y el perdón de Dios. Sentí que me abrazaba y me daba consuelo, que me quitaba la venda de los ojos y me daba cuenta de que siempre estuvo ahí, de no ser por él no sé dónde habría acabado, sentí como sí me dijera “por fin hija mía te das cuenta de que aquí estoy y siempre te estado esperando”. Volví a acercarme más y con la promesa de involucrarme más, de aprender y de dejar mi vida en sus manos”.
Laura Tovar, 29 años.
“Bendito Sacramento de reconciliación con el Amado, es lo que me mantiene con gracia y con fuerza para las situaciones que surgen día con día. Me hace sentir que, aunque no sea perfecta, Dios en su infinita bondad me ama, me cuida, me escucha, y me perdona”.
Estefania Garcia D., 29 años.
“Aquel domingo, después de caer frecuentemente en un pecado, surgió un deseo de confesarme luego, si, a veces todo lo queremos dejar para después. A mí ya me daba vergüenza confesar el mismo pecado una y otra vez. Aquel día en la eucaristía al momento de la comunión me dispuse a hacer la fila, mientras caminaba me invadió una sensación de frío en todo el cuerpo y entumecimiento, y pensé por un momento que me iba a caer
Logré comulgar y volver a mi lugar, al arrodillarme empecé a orar y la sensación no se había ido aún, supe que era Dios queriéndome decir algo. Nunca antes me había sucedido algo así, pues bien, me quedé en silencio y sentí en mi corazón las palabras de mi conciencia, “debes confesarte, no puedes salir del templo sin reconciliarte”. Cuando Dios habla tan claro al corazón tú simplemente obedeces. Al terminar la eucaristía me acerqué al sacerdote para confesarme, le conté mi pecado recurrente y esta experiencia, lloré como nunca antes había llorado al confesar algo, sentí que me dolía caer una y otra vez.
El sacerdote con amor y mucha atención me escuchó, me dio un consejo y me alentó a continuar mi camino. Aquel día, fue la última vez que tuve que confesar ese pecado, hasta el día de hoy Jesús me ha dado la gracia de no volver a caer”.
Ya estamos en el tiempo de cuaresma, vamos al desierto para que nos hable al corazón. ¡Anímate a vivir tu encuentro personal con la misericordia!
Estefania Garcia Duque