Una señora me empujó

Salí muy tranquila de mi casa para dirigirme a mi clase de natación, usualmente camino 25 minutos con mucha prisa, pero esa vez, había salido con tiempo así que correr no era una opción.

Faltaban 10 minutos para llegar cuando una señora venía hacía mí, seguramente tenía prisa, estaba molesta con alguien más, no lo sé ¿cuál fue el problema? Que no nos pusimos de acuerdo para cedernos el paso así que ‘’bailamos un poco’’ hasta que decidió empujarme y gritarme, no me vio a los ojos, solo se fue molesta expresando muchos adjetivos descalificativos.

Me quedé helada, pude haber reaccionado y defender mi postura, pero solo me detuve un poco y dije ‘’ahora me desahogo nadando’’ aún así no me sentía molesta, algo que me sorprendió porque suelo enojarme muy fácil. ¿Qué había cambiado?

De entrada, la comunión y la oración diaria me confortan a pensar más en lo que sale de mí, pero días pasados el Papa Francisco tuvo una catequesis sobre los vicios muy interesante y habló sobre la ira.

La ira, un sentimiento humano universal, es tema recurrente en las enseñanzas del Papa Francisco. En una de sus audiencias recientes, el Sumo Pontífice reflexionó sobre cómo este sentimiento puede convertirse en un vicio destructivo en las relaciones humanas.

Según el Papa, la ira, en su estado descontrolado, puede distorsionar la percepción de la realidad y llevar a consecuencias lamentables. "La ira, prosiguió Francisco, 'es un veneno' que puede llevarnos a 'perder el control' y 'a decir cosas que no debemos decir'", señaló.

En sus palabras, el Papa destacó cómo la ira puede dañar las relaciones interpersonales, alejando a las personas y rompiendo los lazos de amor y comprensión que son fundamentales para una convivencia pacífica y armoniosa.

Para ilustrar este mensaje, recordemos una antigua leyenda oriental sobre un anciano y su hijo:

En un remoto pueblo, vivía un anciano sabio y su joven hijo. Un día, el hijo cometió un error que enfureció a uno de los vecinos. Este vecino, lleno de ira, confrontó al anciano, exigiendo que castigara a su hijo. El anciano, calmado y sereno, le pidió que lo acompañara al río cercano.

Una vez allí, el anciano le pidió al vecino que vertiera un puñado de sal en el agua del río. Cuando lo hizo, el anciano le indicó que bebiera un poco del agua salada. El vecino lo hizo, encontrándola amarga y desagradable. Entonces, el anciano le pidió que observara el agua del río. A pesar de la sal vertida, el agua seguía fluyendo clara y cristalina.

El anciano explicó entonces que la ira era como la sal en el agua: si permitimos que nos domine, contaminará nuestra vida y nuestras relaciones. Pero si aprendemos a controlarla, podremos mantener la claridad y la armonía en nuestras vidas.

Esta simple historia nos recuerda cómo la ira puede nublar nuestro juicio y distorsionar nuestra percepción de la realidad, afectando nuestras relaciones y nuestro bienestar emocional.

Para evitar caer en las trampas de la ira, podemos seguir algunos pasos basados en la enseñanza de la Biblia Católica de Jerusalén:

Controla tu respiración y tu corazón: Proverbios 14:29 nos enseña: "El que tarda en airarse es grande de entendimiento; el impaciente exhibe su necedad". Tomar un momento para respirar profundamente y tranquilizar nuestro corazón puede ayudarnos a evitar reacciones impulsivas y destructivas.

Practica la paciencia y la comprensión: Santiago 1:19 nos exhorta: "Sabed esto, mis queridos hermanos: que cada uno sea pronto para escuchar, lento para hablar, lento para la ira". Cultivar la paciencia y la comprensión nos permitirá responder de manera más calmada y reflexiva ante situaciones difíciles.

Busca la reconciliación y el perdón: Efesios 4:26 nos insta: "No os dejéis llevar de la ira; no abriguéis rencor al caer la tarde". En lugar de dejar que la ira se acumule y envenene nuestras relaciones, busquemos la reconciliación y el perdón, liberándonos del peso de la amargura y el resentimiento.

Practica la humildad y la mansedumbre: Mateo 5:5 nos recuerda: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra". La humildad y la mansedumbre nos ayudarán a mantener una actitud de apertura y receptividad ante los demás, promoviendo la armonía y el respeto mutuo.

Cultiva el amor y la paz: Romanos 12:18 nos aconseja: "Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos". El amor y la paz son el fundamento de relaciones saludables y constructivas. Alimentemos estos valores en nuestras vidas, buscando siempre construir puentes en lugar de levantar barreras.

La ira puede ser un vicio destructivo que amenaza nuestras relaciones y nuestro bienestar emocional.

Mucha Biblia, terapia, comunión, comunión y más comunión, ya hay bastante destrucción afuera.

Clara Cuevas